Textos de la tradición cristiana sobre el deporte

ORÍGENES. LA DIETA DEL ATLETA

L'Osservatore Romano del 13 junio publicó la noticia del descubrimiento realizado por la filóloga italiana Marina Molin Pradel en la Biblioteca Estatal de Munich, de un código que contiene 29 homilías inéditas de Orígenes, el gran escritor y exegeta alejandrino del siglo III. Por su interés, reproducimos algunos de los fragmentos publicados como anticipación en el diario vaticano.

«Les dio a comer el pan del cielo, el hombre comió el pan de los ángeles» (Sal 77, 24).

Pero tú que compites, ¿no quieres soportar los golpes que Dios te inflige con sus castigos para hacer de ti un atleta?  No quieres confiarte a la dieta del atleta, y a menudo trascurre un día entero sin que el alma reciba su propio alimento. ¿Qué digo un sólo día? Debería más bien decir dos, tres, cuatro y aún no bastaría. A menudo pasan seis o siete días sin que tomes alimento. ¡Ojalá pudieras acercarte a la casa del Señor para recibir el alimento espiritual y ser exhortado a la salvación, no cada siete días, sino en muchos días del Señor!

Hemos llegado al punto que algunos tienen tan poca cuenta de quedarse sin alimento, que vienen sólo esos pocos días de fiesta que se llaman fiestas de Pascua, para alimentarse durante esos días.

¿Pensáis que estos tales pueden competir, pensáis que puedan combatir contra los espíritus malignos descuidando así la propia alimentación? No pueden tener fuerza si no toman los alimentos que dan fuerzas.

Orígenes, De la cuarta homlía sobre el salmo 77

NICOLÁS CABASILAS. LA VICTORIA DEL CRISTIANO

Ahora bien, ¿a qué se debe e! que la victoria y la corona nos vengan a través del baño, la unción y el banquete, cuando son más bien el premio a la fatiga, al sudor y a los peligros? Pues porque si bien, al participar de estos misterios, no luchamos ni nos fatigamos, sin embargo celebramos su combate, aplaudimos su victoria, adoramos su trofeo y manifestamos nuestro amor al esforzado, eximio e increíble luchador; asumimos aquellas llagas, aquellas heridas y aquella muerte y, en cuanto nos es posible, las reivindicamos como nuestras; y gustamos de la carne del que estaba muerto, pero ha vuelto a la vida. En consecuencia, no disfrutamos ilícitamente de los bienes derivados de aquella muerte y de aquellas luchas.

Esto es exactamente lo que pueden merecernos el baño y la cena: me refiero a una cena sobria y a las modestas delicias de la unción; pues cuando recibimos la iniciación, detestamos al tirano, lo escupimos y nos apartamos de él. Mientras que al fortísimo luchador lo aclamamos, lo admiramos, lo adoramos y lo amamos de lodo corazón; y de la sobreabundancia del amor nos alimentamos como de pan, andamos sobrados como de agua.

Resulta, pues, evidente que por nosotros él aceptó esta batalla y que no rehusó morir, para que nosotros venciéramos. Por lo tanto, no es ni ilógico ni absurdo que nosotros consigamos la corona al participar de estos misterios.

Nosotros pusimos de nuestra parte todo el ardor y el entusiasmo de que somos capaces, y enterados de que esta fuente tenia la eficacia derivada de la muerte y sepultura de Cristo, lo creímos todos, nos acercamos espontáneamente y nos sumergimos en las aguas bautismales.

Cristo no es distribuidor de dones despreciables ni se contenta con mediocridades, sino que a cuantos se acercan a él imitando su muerte y sepultura los recibe con los brazos abiertos, otorgándoles no una corona cualquiera, ni siquiera comunicándoles su propia gloria, sino que se da a sí mismo, vencedor y coronado.

Y cuando salimos de la fuente bautismal, llevamos al mismo Salvador en nuestras almas, en la cabeza, en los ojos, en las mismas entrañas, en todos y cada uno de los miembros, limpio de pecado, libre de toda corrupción, tal como resucitó y se apareció a los discípulos y subió a los cielos; tal como ha de volver a exigirnos cuentas del tesoro confiado.

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1; PG 150,515-518)

AUTOR ANÓNIMO S. II. CORRAMOS POR LA VÍA JUSTA

Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar, no ha permitido que quienes temamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me panare de su parte ante mi Padre. Esta será nuestra recompensa si nos ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y como nos pondremos de su parte? Haciende lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí.

No nos contentemos, pues, con llamarlo Señor, pues esto solo no nos salvará. Está escrito, en efecto: No todo el que me dice: «Señor, Señor» se salvará, sino el que practica la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente, antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero. Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor; en cambio, no lo confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré: «No sé quienes sois. Alejaos de mi, malvados».

Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente. Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que podamos ser coronados.

De la homilía de un autor del siglo II (Caps 3—4,5; 7,1-6: Funk 1,149-152)