Discurso del Papa en el Centenario del Comité Olímpico Nacional Italiano
DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LOS DIRIGENTES Y A LOS ATLETAS DEL COMITÉ OLÍMPICO NACIONAL ITALIANO
Basílica Vaticana
Viernes, 19 diciembre 2015
Queridos amigos del CONI,
Dirijo un saludo muy cordial a todos, y agradezco al Presidente sus amables palabras. En nuestro tiempo, en la Iglesia el deporte es de casa, y este encuentro es prueba de ello: celebramos juntos vuestro centenario, un aniversario importante para el deporte italiano.
Desde hace cien años, el Comité Olímpico Nacional Italiano promueve, organiza y guía el deporte en Italia, no sólo en función de ese gran acontecimiento planetario que son las Olimpíadas modernas, sino también valorizando su dimensión popular, social, educativa y cultural. Lo hace inspirándose en los principios fundamentales de la carta olímpica, que entre sus principales objetivos coloca la centralidad de la persona, el desarrollo armónico del hombre, la defensa de la dignidad humana, y además de «contribuir a la construcción de un mundo mejor, sin guerras y tensiones, educando a los jóvenes a través del deporte practicado sin discriminaciones de ningún tipo... con espíritu de amistad, solidaridad y lealtad» (Comité Olímpico Internacional, Carta Olímpica, 6).
Desde siempre, el deporte ha favorecido un universalismo caracterizado por la fraternidad y la amistad entre los pueblos, concordia y paz entre las naciones, por el respeto, la tolerancia y la armonía de las diversidades. Todo acontecimiento deportivo, sobre todo olímpico, donde se enfrentan representantes de naciones con historia, cultura, tradiciones, religión y valores diferentes, puede convertirse en una fuerza ideal capaz de abrir vías nuevas, a veces inesperadas, para superar los conflictos causados por la violación de los derechos humanos.
El lema Olímpico - “Citius, altius, fortius” - no es una incitación a la supremacía de una nación sobre otra, de un pueblo sobre otro, tampoco la exclusión de los más débiles y de los menos tutelados, sino que representa el desafío al que todos estamos llamados, no sólo los atletas: asumir la fatiga, el sacrificio, para alcanzar las metas importantes de la vida, aceptando los propios límites sin dejarse paralizar por ellos, sino tratando de superarse y superarlos.
Os invito a seguir por este camino. Os animo a continuar el trabajo educativo que lleváis a cabo en las escuelas y en el mundo del trabajo y de la solidaridad, para favorecer un deporte accesible a todos, atento a los más débiles y a los estratos más precarios de la sociedad. Un deporte que incluya a las personas con discapacidad, a los extranjeros, a quienes viven en las periferias y tienen necesidad de espacios para encontrarse, socializar, compartir y jugar; un deporte orientado no a la utilidad, sino al desarrollo de la persona humana, con estilo de gratuidad.
Sé que el C.O.N.I., seguido por otros países, ha sido el primero en acoger en su organización la figura del Capellán Olímpico. Es una presencia amiga que quiere manifestar la cercanía de la Iglesia y también estimular en los atletas un sentimiento fuerte de lucha espiritual. En efecto, hay palabras típicas del deporte que se pueden referir a la vida espiritual. Los santos lo han comprendido y han sabido interpretar la pasión, el entusiasmo, la constancia, la pasión, la determinación, el desafío y el límite con la mirada proyectada hacia el más allá, más allá de sí mismos hacia el horizonte de Dios. San Pablo invita a entrenarse «en la verdadera fe, porque el ejercicio físico es útil para poco, pero la fe verdadera es útil para todo, y lleva consigo la promesa de la vida presente y de la futura» (1 Tm 4,8).
Queridos amigos, os deseo todo bien en vuestro servicio. Felicidades también por la candidatura de Roma para acoger los Juegos Olímpicos del 2024. ¡Yo ya no estaré! El Señor os bendiga a todos y a vuestras familias. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí y ¡Feliz Navidad!