El luminoso dolor
Lágrimas
Roma – Teatro Argentina – lunes 2 de diciembre de 2013.
El dolor representa para el hombre un peso espantoso que no siempre se puede quitar o atenuar.
La mística sugiere afrontarlo.
Regresa la cita con la mística y con uno de los temas fundamentales: el dolor. El Cardenal Gianfranco Ravasi y el Síndaco de Roma Ignacio Marino, junto con Bianca Berlinguer, Dacia Maraini y Umberto Galimberti, encuentran al público para dialogar y reflexionar sobre el tema del dolor, la experiencia común a todos los hombres en la prueba fundamental que es la vida.
El dolor físico, el sufrimiento psicológico, el tormento espiritual determinan un sentido de angustia y generan una ausencia existencial en cuanto que el hombre se mide inevitablemente con su anhelada perfección, deseando ser del todo privado de penas y en completa armonía con Dios.
Sin embargo, el dolor es un peso que no es posible borrar con nuestra voluntad y con los medios que ella sabe encontrar. Es posible atenuar, con fármacos o con diversas modalidades terapéuticas, el dolor físico, psíquico y psicológico, creando una capa protectora. La mística, en cambio, sugiere afrontar el dolor sin utilizar capas o protecciones en la conciencia de convivir con él. Este reconocimiento es el inicio de la experiencia con Dios.
En efecto, el aspecto más extraordinario del Dios cristiano es que el Dios omnipotente es también un Dios en el dolor. El Dios encarnado conoce el sufrimiento y la muerte, la muerte en cruz que le hace gritar: “¿por qué me has abandonado?”, como todo hombre en el dolor. El dolor no reclama delante de sí una capa, sino que conduce a experimentar –junto a o dentro del sufrimiento mismo– el significado que viene de Dios y de su silenciosa presencia en el hombre.
Es esta la mística del dolor que abre el camino que hace divino al hombre, dando así respuesta a la terrible pregunta implícita en el dolor: “¿por qué el hombre no es Dios?”.
A lo largo de estos caminos luminosos y oscuros, dolorosos y, no obstante, del todo abiertos a la esperanza, a las palabras del silencio y de la espera, a las expresiones que nacen de la soledad interior, se desarrolla el lento camino hacia un significado más allá, esta vez guiado por pasajes de La Noche Oscura de San Juan de la Cruz, mientras resuenan como un interrogativo abrasador estas palabras:
Todo hombre tiene muchos motivos de dolor, pero sólo entiende la razón universal y profunda del dolor el que experimenta que es (existe). Todo otro motivo palidece ante este. Sólo siente auténtica tristeza y dolor quien se da cuenta no sólo de lo que es, sino de que es. Quien no ha sentido esto debería llorar, pues nunca ha experimentado el verdadero dolor (La nube del no saber, 44).