Cuerpos celestiales

Heavenly_Bodies

Texto del Cardenal Gianfranco Ravasi para el Catálogo de la muestra de arte “Heavenly Bodies: Fashion and the Catholic Imagination” en el Costume Institute de New York.

 

Vestiduras sacerdotales

A menudo, cuando llevo puesto el hábito cardenalicio color púrpura y las vestiduras sagradas para las celebraciones con el Papa Francisco, mi pensamiento vaespontáneamente a dos escenas antitéticas. Por un lado, me vienen a la mente las imágenes de los imponentes Cardenales que el escultor Giacomo Manzù ideó en una serie, realizados en bronce en una estructura piramidal cuyo vértice está constituido por la mitra inmersos en un horizonte atemporal. Por otro lado, en cambio, miro avanzar el irónico y grotesco desfile de moda cardenalicia expuesto por el director Federico Fellini en una secuencia, en cierto sentido exhilarante, de su cinta Roma de 1972, cuando, por lo demás, Pablo VI ya había simplificado mucho el suntuoso vestuario cardenalicio, quitando, por ejemplo, las largas colas de las capas púrpuras.

Las vestiduras litúrgicas, así como la decoración dedicada al culto, constituyen en efecto un verdadero espejo de las diferentes fases vividas en la Iglesia católica. Es lo que también generalmente sucede para el hábito común y los objetos domésticos, tanto así, que uno de los escritores franceses más populares del siglo XIX, Honoré de Balzac, podía componer todo un Tratado de la vida elegante (1830) colocándolo idealmente bajo el distintivo de este lema: “El vestido es expresión de la sociedad”; le es, en práctica, el autorretrato. El vestido, en efecto, no es solamente una prenda que nos protege del frío o del calor o de la desnudez, función por lo demás válida y reconocida ya en la Biblia en los principios de la humanidad, cuando Dios confeccionó túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió (Gen 3, 21). Sino que también, como se muestra claramente desde la creatividad de la moda y del nexo lingüístico entre el vocablo latino vestis “vestido” e “investidura” – término presente en muchas lenguas para indicar el nombramiento a un cargo oficial – el hábito, mediante su dimensión simbólica, pertenece a la cultura misma y la expresa”.

La exhibición de alrededor de cuarenta prendas y paramentos sagrados vaticanos presentes en la muestra Heavenly Bodies merece, pues, ser justamente clasificada en la categoría de la “catholic imagination”, como se enuncia en el subtítulo. La gama de los objetos expuestos comprende la vasta tipología de vestiduras sagradas: las capas pluviales, las casullas romanas, las dalmáticas, las estolas, las albas, las mitras episcopales, la tiara papal, los solideos, las bandas, las cruces pectorales, los anillos, los báculos y demás, pero además los cálices y los ostensorios usados en las celebraciones eucarísticas. La selección que se ofrece en la muestra está marcada por una indudable cualidad suntuosa: ésta fue exaltada en la época barroca, aunque perduró en la ornamentación litúrgica de los siglos sucesivos. Se quería, mediante esta vía, proclamar la trascendencia divina, el rompimiento sagrado del culto respecto a la cotidianidad, el esplendor del misterio.

Al principio no fue así, puesto que la comunidad eclesial se reunía kat’oikon, “en la casa” de las diversas familias cristianas, como recuerda repetidamente san Pablo (por ejemplo, Romanos 16, 5). La mesa donde se consumían los alimentos se convertía en la mesa eucarística, y parece que hasta el siglo V los ministros vestían hábitos comunes, ciertamente festivos, excluyendo pues los feriales y las divisas militares, además se considera igualmente que se emplearan sencillos cálices de vidrio. Posteriormente se pasó a las vestimentas que tomaron como modelo los atavíos y las insignias imperiales. Desde entonces comenzó el largo, múltiple y variado itinerario de la “moda sacra”, en la que se refleja el gusto de las diversas épocas y se designa a cada vestidura, aun mínima, un valor simbólico. Esto sucedía además siguiendo la huella de una cita paulina (Efesios 6, 11-17) en la que paradójicamente el Apóstol había transformado todo el aparato militar (armadura, cinturón, coraza, calzado, escudo, flechas, casco, espada) en metáforas espirituales (verdad, justicia, paz, fe, salvación, Espíritu divino, Palabra de Dios).

Sin embargo, es necesario recordar también que el Antiguo Testamento ya había reservado un amplio espacio a las vestimentas sacerdotales y a la decoración de la tienda santa de la alianza entre Dios e Israel, santuario móvil durante la marcha de pueblo en el desierto del Sinaí y prefiguración del templo de Sión en Jerusalén (Éxodo 30-31; 35-40). Se trata de unas prescripciones minuciosas destinadas a la confección de vestidos y de ornatos sagrados, confiados a un artista de nombre Besalel que, para realizar su obra, fue “colmado del espíritu de Dios, de sabiduría, de prudencia y de habilidad para toda clase de tareas, para que trace proyectos, labre el oro, la plata y el bronce, cincele piedras de engaste y talle la madera, y para cualquier otro tipo de trabajo artístico… bordar en púrpura violácea, roja o escarlata y en lino y para tejer” (Éxodo 35, 31-35). Poseía Besalel, entonces, una “inspiración” no sólo artística, sino también divina, como la destinada a los profetas.

Naturalmente tiene que ver con la ritualidad y, por ende, con el aparato litúrgico cristiano aquella amonestación de Jesús en que ironizaba sobre los observantes exteriores de la ley que “alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto”, o sea, los tefillin y el tallit, componentes del culto judío (Mateo 23, 5). En efecto, también en el rito sagrado existe el riesgo que señala el escritor inglés William Hazlitt en su ensayo On the clerical character (1818): “Aquellos que hacen del vestido una parte principal de sí mismos, terminan generalmente por valer menos del hábito”. Sin embargo, la belleza y el arte han sido durante siglos inseparables hermanos de la fe y de la liturgia cristiana, sobre todo en el catolicismo y en la iglesia ortodoxa. Y este vínculo – como hizo Henri Matisse con las admirables casullas que diseñó para la capilla de Vence y ahora conservadas en los Museos Vaticanos – deberá seguir reviviendo y renovándose también a través del diálogo con el arte contemporáneo.

https://www.metmuseum.org/exhibitions/listings/2018/heavenly-bodies